Vivimos en un mundo de adultos a un ritmo frenético, con muchas responsabilidades, normas y tareas.  Esto nos desconecta de la comprensión de que los niños tienen necesidades diferentes y ritmos diferentes.  Queremos que los niños aprendan y se adapten lo antes posible a nuestro mundo de adultos. «No corras», «Siéntate», «Date prisa», «No hagas ruido», «No saltes», «No juegues con la comida», «No molestes», «No… no… no… «. 

Te invito a preguntarte: ¿Cuántos «NO» recibe un niño al día? ¿Cómo se puede sentir entre tantas normas? ¿Cómo puede verse afectada su autoestima, pasión y confianza? ¿Cómo puede dañar la relación con sus padres y con el resto de las personas?

Los niños nacen con una gran curiosidad y pasión por descubrir todo lo que el mudo les ofrece.  Ellos necesitan explorar, vivir cada experiencia, cada objeto con todos sus sentidos. Los pequeños no aprenden de manera funcional quedándose muy quietos en un salón de clases, ellos aprenden a través del juego. 

Para que exista un verdadero aprendizaje tiene que existir motivación y diversión.  

Conectemos con nuestro niño interior para poder conectar con nuestros hijos.  Comencemos a mirar las maravillas del mundo con asombro y curiosidad, es decir, con los ojos de un niño.  Cada cosa que para el adulto puede ser insignificante, para un niño es un mundo por descubrir.

Los grandes descubrimientos científicos, han sido realizados por personas que no han apagado esa curiosidad de niño. 

Dejemos de aplastar la voluntad y la ilusión de nuestros hijos.  Todos queremos construir una mejor sociedad, pero estoy convencida de que lo lograremos cuando tomemos conciencia y acción para educar a nuestros niños desde el SER.  ¿Qué significa esto?  

·         Serenidad, para conectar con nuestra intuición y sabiduría interna, que nos permita educar desde la respuesta del amor y no desde la reacción del miedo.

·         Emociones. Expresar las propias, haciéndonos responsables de ellas, y validar las emociones de nuestros niños. 

·         Respeto, por nuestras propias necesidades, pero sobre todo, por el impulso vital, el ritmo natural y las necesidades de nuestros hijos.  Es el respeto que merece todo ser humano por el simple hecho de existir, sin importar su edad.

No es necesario ni sano, aplastar la voluntad de un niño para educarle.  

Los hijos no son una propiedad, son una bendición y una responsabilidad.  Somos responsables de guiarlos y formarlos para desarrollar sus grandes dones y talentos, que en el futuro puedan poner al servicio de la sociedad.

Te aseguro que ellos son nuestros grandes maestros, siempre que tengamos la humildad de dejarnos cautivar por las maravillas de la naturaleza y la intuición, dejando a un lado la lucha por el poder.    

Pero también te recuerdo que ellos necesitan un referente, un modelo a seguir. Si quieres que tus niños actúen con comportamientos «adecuados para la sociedad», enseña con tu ejemplo, con amor, contención y mucha motivación. Sin aplastar, sin amenazar, sin castigar.  Si logras trasmitir con serenidad y ejemplo, que toda acción tiene una consecuencia natural, que podrá gustarnos o no, les estarás enseñando a ser responsables y autónomos.

Para una crianza efectiva, menos es más.

Enseña a tus hijos unas pocas normas muy claras que sean la base fundamental para respetar y cultivar los valores de la familia. Bajo este marco de referencia, permite que tomen sus propias decisiones.  Si desde muy pequeños aprenden a tomar sencillas decisiones, por ejemplo, qué zapatos ponerse en un momento dado, estamos cultivando seguridad en sí mismo. 

Con esta práctica constante, al llegar a la adolescencia, podrán tomar decisiones más trascendentales en sus vidas, midiendo correctamente las consecuencias naturales.  

Si educamos hijos sanos y felices, construiremos una mejor sociedad. Esa es la mayor contribución que podemos hacer en nuestras vidas.

 

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